El Frío Caso...

Todo ocurrió en la vieja casa de la bisabuela, dicen que la última vez que pasó fue hace treinta años. Aunque nadie sabe que sé, siempre fue el secreto al final de la cena cuando los adultos te enviaban a dormir, a jugar, pero un día escuché a mi madre, a  la abuela y a la tía Carlota hablando de "eso"...yo era tan sólo una niña que fácilmente se impresionaba con el misterio que siempre envolvía esas conversaciones casi indescifrables, con  miradas de mutuo entendimiento.

La casa vieja era un lugar de exploración, los rincones estancados en el tiempo, retratos en las paredes y esas figurillas de porcelana sobre las carpetas tejidas en crochet... conocí la casa mejor que nadie, todo lo inspeccionaba, tenía memorizado cada objeto y al lugar que pertenecía. No tenía otra opción, mis padres se empeñaban en ir cada que fuera posible, aún cuando la familia pudiera mejor ir  a nuestra casa ellos preferían que nosotros fuéramos, a mí no me gustaba tanto, pasaba más tiempo sola que acompañada, pero así fue durante muchos años.

Desde que recuerdo mi madre siempre me dijo no subir nunca al segundo piso de la casa, fue una de esas ordenes que entiendes no debes desobedecer por nada del mundo. Para ser franca cuando decidí no hacerle caso y subí por primera vez no entendí que era lo prohibido, nada me pareció diferente, intrigante, todo era sencillo en esa habitación, eso si, era fría, muy fría... recuerdo la ventana, grande sin rejas. Al acercarte sólo se veían las vías del tren...unas cuantas casas vecinas, dispersas como hormigas perdidas... en realidad no había mucho que ver, pero ahora creo que aquello era un pedazo del mundo que estaba perdido.

Pero mi atención se empezó a concentrar en lo que aquellas paredes encerraban, en la historia secreta que ocultaban. No fue tanto aquellas platicas a medias que escuchaba lo que impulso mi curiosidad, no.

El gran misterio se apoderó de mi aquella noche, era la celebración de la boda,  de la tía Altagracia, a diferencia de todos, supe que el pobre tío Saúl no era un loco pasado de copas cuando salió despavorido, temeroso, golpeado, zarandeado y con todas las ideas atropelladas. El pobre rodó por las escaleras y juró una y otra vez lo habían empujado unas manos fuertes que sintió justo cuando estaba a punto de bajar, dijo sentir frío, dijo no saber si soñaba, dijo no saber nada, prometió nunca volver a esa habitación... eventualmente  dejo de volver a la casa.
Ellas, las mujeres de la tribu sabían, supe que sabían. Las miradas de entendimiento entre ellas ya las conocía.

En aquél tiempo yo tenía trece años, mis únicos cómplices algunas veces eran los hijos de uno vecinos, Coco y Alex. Un día esos en que los minutos de  la tarde eran interminables nos fuimos a caminar, así sin plan de qué hacer, recogiendo y tirando piedras ahí a un lado de las vías del tren, pasó buen rato hasta que me senté, ya cansada y viendo hacia la casa, recorriendo con la mirada toda la estructura, hasta que fijé la mirada en la ventana... recuerdo que en ese momento Coco se acercó y me dijo algo, no recuerdo qué... después de eso ya no supe de mí... Alex todavía hoy dice tener la imagen de mi rostro blanco casi translúcido en el momento en que caí de espaldas.

Sólo sentí un frío que me entumió  hasta el cuello. Entre ojos abiertos y ojos cerrados me supe acostada en el sillón, cuando recobré del todo la conciencia, mi madre estaba a mi lado, tocaba mi frente una y otra vez, no paraba de preguntar: - ¿estás bien?- mientras me pasaba un algodón con alcohol por la nariz, pero antes de poder responder la abuela interrumpió y dijo: 
-Seguro fue una insolación-

Sólo me sonreí con la esperanza de no soltar una carcajada. Mi padre miraba con atención y le respondió con sarcasmo a la abuela : 
-Sí, claro debe ser una insolación, son de lo más frecuentes en invierno-


Después de un rato de alboroto y de todas las posibles razones de mi desvanecimiento (así decía la abuela) me dejaron para que descansará, me hice la dormida para que en verdad me dejaran sola. Me puse en pie, salí del cuarto y me fui derechito para el segundo piso, en realidad me paré frente a la escalera, eran las nueve, hora mágica, bueno, dicen que eso decía la bisabuela en sus trances de platicas cósmicas.

Puse el pie en el primer escalón, a  pesar de los calcetines, sentía estaba frío como tempano de hielo, subí tomándome de las paredes, queriendo sentir que me daban seguridad, queriendo sentirlas a mi lado como guardianas de mis pasos... al fin llegué, todo se veía nublado, turbio, una capa no tan densa de sereno se mezclaba con las luces  que entraban por la ventana. Caminé un poco en la habitación, me quedé parada y giré lentamente, entonces me vi frente al espejo, más que frío debí estar a punto de congelarme, pues me recuerdo con los labios azules casi morados, encogida de hombros y con el aliento entrecortado...

Al estar ahí, observándome, detrás de mi, vi pasar a un cuerpo, etéreo, de formas perdidas en el aire, flotante, sin peso, burlando las leyes de la gravedad... él también me vio, me observó y después me ignoró, tuve la conexión entre ese presente y el pasado momento cuando desmayé...pero la laguna, el espacio vacío que mi memoria no me permite completar creo que nunca llegará, creo que no puedo, me parece que jamás podré.

A veces pienso en aquél día, la perturbación en que dos mundos viven al encontrarse, la historia que  me completará la experiencia y en como el miedo fue un espasmo en mi memoria, un frío que aletargo el momento en que fui presa del todo que no conozco, de un secreto vivo, pero preso en las paredes de una habitación fría en un lugar perdido del mundo...

Cuentos Experimentales.
C.S




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